11 marzo 2006

La escala de grises

El ambiente rural puede convertirse en el protagonista de una larga serie de novelas actuales, bien lo sabe el escritor Bernardo Atxaga. Si hace pocas semanas presentaba en esta columna el guión de ‘Obaba’ (basada en otra de las novelas de este vasco), la lectura incidental de este extenso relato tampoco podía faltar. ‘El hijo del acordeonista’ es la última historia que Atxaga ha publicado. No ha dejado a nadie indiferente, comenzando por el Premio de la Crítica y el Premio Euskadi de Plata. Y, por supuesto, tampoco a los lectores, que hemos encontrado en él a uno de los artistas del lenguaje sencillo del presente siglo.

Aunque “Obaba no existe” (Eduardo Haro Tecglen dixit), sigue siendo el centro del imaginario rural vasco, de las tradiciones, de la vida marcada por la dictadura de Franco en una de las comunidades autónomas (o naciones, ya que estamos metidos en polémicas políticas por la identidad) más fuertes. Atxaga narra en sus páginas, a través de la voz de un vasco exiliado en Estados Unidos, el drama de un pequeño pueblo dividido por las ideologías fascistas y nacionalistas, de familias rotas por los fusilamientos o por la sombra de la maldad. Personajes creados para criticar, pero también para mostrar a todos los que hemos nacido en otras zonas españolas la crisis que provocó la Administración de Franco durante sus últimos años en una de las zonas arrasadas por la guerra (la cercanía de Obaba con Guernica es significativa). La escala de grises que conforma la violencia, el odio y los intereses monetarios hacen de ‘El hijo del acordeonista’ uno de los libros de referencia de la literatura actual vasca, pero hay que ser fuerte y valiente para asumir alguna de las ideas y justificaciones que aparecen entre sus páginas.
'EL HIJO DEL ACORDEONISTA'
Bernardo Atxaga
Ed. Alfaguara
2003

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