11 mayo 2007

Y yo con estos pelos...

(El artículo que sigue a continuación demuestra los riesgos de ser una periodista local... Igual hablas de política que de moños. ¿Lo peor? Que va en serio, que el artículo SÍ se va a publicar... Espero)
¿Quién no se levanta cada mañana, se mira al espejo, y se espanta? No sólo por las ojeras, sino también por los mechones de pelo que (si hemos tenido suerte y no se han quedado pegados a la almohada) salen disparados sin sentido y no hay forma de dominarlos. Mientras que algunas personas lo resuelven con un “ya bajarán” otras se martirizan con la cantinela de “si fuera rica, tendría todos los días una peluquera a mi disposición, y una maquilladora, y un entrenador personal, y...”. La lista se hace interminable, pero como ese lujo relativo sólo lo tienen dos o tres mujeres en todo el mundo, vamos a olvidarlo y a centrarnos en las visitas periódicas a las peluquerías.

En una ocasión, una peluquera contaba que sus clientas podían dividirse en varios grupos: “las que vienen una vez al año, las que vienen una vez en cada estación y las clientas de toda la vida que están casi cada mes o cada semana en la peluquería para hacer tertulia”. Y, entre visita y visita a unos salones que han cambiado el típico lavado por un “masaje relajante y tratamiento personalizado”, husmear entre champús, tintes y lacas como un perro sabueso revela unos resultados interesantes sobre los gustos estéticos de las alcoyanas.

Mientras que desde algunas revistas de moda elitistas comienzan a darse cuenta de que el rubio nórdico conjuga bastante mal con las cejas morenas de las españolas, en Alcoy todavía son muchas mujeres las que no se resignan a ser “del montón”, con su melena negra o castaña. Y a partir de ahí, la búsqueda del hecho diferencial puede ser casi infinita, tanto en coloreado como en corte. Desde los reflejos y las transparencias, hasta las mechas, pasando por los tintes más o menos discretos hasta el extremo descarado del rubio oxigenado (que se parece más a las temidas canas que a un color natural). Pero para gustos, colores, nunca mejor dicho.

Tras pasar una etapa en la que la gama de cobrizos y los reflejos tipo “tinte de bote” hicieron furor entre la clase media, las mujeres hemos comprobado se necesita demasiado arte para que los reflejos ‘L’Oreal’ parezcan mechas y no un pegatón amarillo. Mucho trabajo que no compensa y para algo están las peluqueras, uno de los sectores de la estética más sufrido. Los espejos hablan, y la cara de disimulo ante un corte horroroso realizado en casa siempre se oculta tras la discreta pregunta sobre “a qué peluquería vas habitualmente”, se esconde un debate interno para arreglar una hecatombe. “No, me lo he cortado yo”, reconoces finalmente. Y aquí comienza el alivio y el trabajo de la peluquera. Una labor que da como resultado en Alcoy melenas desmontadas para las jóvenes y cabellos despuntados o cardados a partir de una mediana edad. Mal que nos pese, si un hecho caracteriza la estética de esta ciudad es el de los cardados, puesto que las clientas siguen solicitando este “pelo de gala y de grandes ocasiones” para verse arregladas y ser la envidia de las vecinas.

EL RUBIO CRONOLÓGICO

Los rubios comienzan a aflorar en la cabeza de las mujeres una vez superan la barrera de los veinte, cuando empiezan a surgir unas canas que son más fáciles de disimular con este tinte, pero que requieren de un cuidado minucioso para evitar la raya de dos dedos antiestética y que, por desgracia, sigue presente en muchas cabezas alcoyanas. En contrapartida, las más jóvenes comienzan a perderle miedo al cabello oscuro. Un tono que adornan con los colores de las finas diademas de moda y horquillas pseudo infantiles. Sin embargo, la estética adolescente de las alcoyanas rompe bastante con la línea pop desatada en todo el territorio nacional de los últimos cinco años. Mientras que durante un paseo por ciudades como Valencia faltan manos para contar los flequillos y melenas rectas y lisas al viento, en esta ciudad (ya desde jóvenes) continúa el regusto por lo elaborado, por los pelos recogidos en coletas tirantes o, en el otro extremo, melenas onduladas y de longitud variable que se van acortando según avanzan los años. La adolescencia viene marcada por los cabellos largos, la treintena por las medias melenas que se quedan a la altura del hombro (lisas y ahuecadas) y, a partir de los cuarenta, predominan los cortos (trabajados a base de cepillo y secador).

EL HOMBRE SIN COMPLEJOS

Entre las ventajas de haber entrado en el siglo XXI es el de un ligero cambio de mentalidad sobre la estética masculina. Gracias a la influencia de madres sin complejos y padres con el mismo pelo que cuando hicieron el servicio militar, los hombres más jóvenes de la ciudad han iniciado ya su recorrido hacia una parcela que hasta el momento estaba dominada por las barberías. Las peluquerías se han convertido en unisex. Y, con ello, han comenzado a aflorar entre las cabezas masculinas adolescentes los primeros signos del tinte rubio (o caoba) y el experimento con la tijera en forma de flequillo o patillas artísticas. Siguen predominando los cortos, aunque hay quien se niega a pasar por la peluquería y opta por la melena (con la consecuencia de que algunos de ellos descubren la afición de comparar el avance de la calvicie a través de la raya del pelo propia y ajena). Cualquiera de las dos opciones es más recomendable que suplicarle a la pareja (o a la madre) que le corte el pelo. Aquí la habilidad cuenta y existe el riesgo demasiado elevado de que, una vez finalizada la tarea, reprochen “¡que me has cortado un pelo de nena!”. “Pues ve a la peluquería, que para algo está”.

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