24 marzo 2006

Juan Gil-Albert y la ciudad de los símbolos

“La mirada recorre las calles como
páginas escritas: la ciudad dice todo lo que debes pensar, te hace repetir su
discurso, y mientras crees que la visitas, no haces más que registrar los
nombres con los cuales se define a sí misma y a todas sus
partes”.

Italo Calvino
‘Las ciudades invisibles’
Existen ciudades, como Alcoy, que subsisten a base de símbolos culturales y de orgullo nacionalista. Existen fiestas, como la de Moros y Cristianos, que sobreviven a base de esfuerzo, pasión y conflictos. Han existido escritores, como Juan Gil-Albert, que siguen en la esfera poética gracias a su reflexión y a la actualidad de sus palabras. Así funciona desde siempre el mundo, con esferas que parecen no tener conexión alguna entre sí, pero que presentan puntos de apoyo que sustentan toda esta compleja estructura. Son sus símbolos, sus ideas, las marcas profundas que, lejos de ser evidentes, perduran en el interior de cada acto, de cada obra.

Relacionar sin tener en cuenta esta teoría a un poeta como Juan Gil-Albert y las fiestas de Moros y Cristianos sería imposible. Un literato que con sólo ocho años se marchó de Alcoy, manteniendo su unión con la ciudad a través de vínculos familiares, visitas esporádicas y conversaciones con otros personajes de la cultura local, muchos de ellos también emigrados. Apenas una fotografía del poeta vestido de marrakesch cuando era un niño es lo poco que queda de lo que se puede denominar la relación de Juan Gil-Albert con la Fiesta. Una imagen en la que aparece casi irreconocible, sobre todo para aquellos que sólo tenemos en la memoria el hombre de porte señorial y grandes gafas de sus últimos tiempos.

“Resulta difícil concebir a Juan Gil-Albert como alcoyano. Su aguda sensibilidad, su ahínco en la introspección (…) le convierten en la antípoda del tipo positivista y pragmático que es comúnmente el hombre alcoyano”, proclamaba el también escritor Adrián Miró
[1]. Sin embargo, rastreando en su vasta obra se pueden encontrar rasgos que permitan acercarnos al Gil-Albert interesado por las Fiestas de Moros y Cristianos. Éstos se encuentran en su trabajo periodístico o, mejor, aquellos relatos que publicó en algunos medios locales. ‘Fiestas en mi pueblo. Las vísperas’[2], en ‘El Noticiero Regional’ (periódico alcoyano de la época de la dictadura de Primo de Rivera), es uno de los ejemplos de las pinceladas festivas que podemos encontrar. Los Moros y Cristianos son sólo, según Adrián Miró, “un bastidor de fondo”, un punto de partida para su relato.

El bullicio de la ciudad los días anteriores a la fiesta, la llegada de las visitas, la compra-venta de mercancías y el espíritu animoso de los alcoyanos componen buena parte de este texto. “Toda la población se abría ya en las ansias de la fiesta. Tronaban las músicas por callejas escondidas y corría un tropel de críos sin escuelas, algunos con la jerarquía de la bufanda azul de los Hermanos Maristas”, dice Juan Gil-Albert en este artículo escrito cuando apenas tenía 25 años de edad. Pero los verdaderos rasgos ‘festeros’ se encuentran cuando el texto ya ha avanzado. Es entonces cuando se nos presenta un niño vestido de marrakesch, un pequeño que recuerda a la imagen de la instantánea que hoy se conserva en el Archivo de la Associació de Sant Jordi. Un aspecto que los niños que rodean al protagonista de esta escena envidian. Ellos también desean participar de forma activa en las fiestas. Ellos también quieren llevar “los largos flecos del fajón mozárabe” y mostrarlos a los alcoyanos que presenciarán el día de la Entrà. Sin embargo, el propio Juan Gil-Albert no recuerda haber participado de forma activa en ella. Al parecer, sus familiares se limitaron a vestirlo para la fotografía con un traje prestado por unos amigos. “En la época en la que se tomó la imagen, los Marrakesch estaban de moda, era una filá de reciente creación y compuesta, en su mayor parte, por burgueses”, asegura el historiador Adrián Espí. Una ‘comparsa’ (como llamaba el poeta a las ‘filaes’) con el suficiente dinero como para traer a la Entrà alcoyana los primeros camellos e incluso a un jinete árabe para protagonizar la Estafeta.

Pero Juan Gil-Albert profundiza un poco más en la estética de la Entrà a través del texto ‘Fiestas en mi pueblo. Las vísperas’. La admiración infantil hacia los signos de poder de los Moros y Cristianos se refleja en el atuendo de los Alcodianos, con sus plumas y colores llamativos. “Ya ves, Carlitos, las plumas de mamá, pues más grandes son todavía las que lleva en el casco el de ahí enfrente. Más grandes y todas blancas. ¡Más grandes que las de mamá!”. De nuevo, el símbolo de la ostentación, del poder y también de la diversión sin límites de los alcoyanos.


LA FIESTA Y EL DESEO

Más allá del papel que juegan las ‘filaes’ en su texto, mucho más lejos todavía de lo que pueden significar en la actualidad las veintiocho entidades que componen las fiestas de Moros y Cristianos, se encuentra la figura del Sant Jordiet. Sin él, uno de los principales factores de cohesión y de orgullo local, la trilogía festera no tendría sentido. Es por ello que dos de los personajes aparecidos en sus relatos publicados en prensa desean encarnar a este santo guerrero. “Yo, para salir, saldría de San Jorge, que no hay más que uno…”, avanza uno de los niños que observa las vestiduras moras en el relato ‘Fiestas en mi pueblo. Las vísperas’. El mismo Gil-Albert resaltó años más tarde que “antes de descubrir mi plasma absorbente, lo que yo había deseado ser era San Jorge, nuestro Santo Patrón, al que todas las primaveras le rendían honores”
[3].

La idea ser el protagonista indiscutible de la Fiesta, su principal símbolo, forma el hilo argumental de otro relato publicado años más tarde en la Revista de Moros y Cristianos. El artículo ‘Sant Jordiet’
[4], fechado en 1972, habla de la ilusión y el desencanto infantil, de la inocencia y también de la malicia. Este texto situado dentro del ciclo ‘El ocio y sus mitos’ es tal vez uno de los ejemplos más claros de la influencia de la Fiesta en la obra de Juan Gil-Albert, un oasis de igualdad social, pero también lleno de desengaños y de mentiras nada piadosas. “Existen seres nimios llamados a tener en nuestras vidas un papel más relevante de lo que a primera vista se alcanza a ver, aunque triste y despiadado”, un inicio que alerta del impacto traumático que le causó al protagonista del texto el no poder ser Sant Jordiet, el haber caído en las redes de una simple chiquillada cuando uno de sus amigos le dijo que él representaría este característico cargo. La ilusión de verse encima del caballo, lanzando flechas al aire, recibiendo los aplausos de los alcoyanos y los vítores. Un deseo hecho trizas que le perseguirá toda su vida, “porque había que darse cuenta de que aquel San Jorge, vivo y deslumbrador como un ángel, que dejábase ver por las calles alcoyanas, caminando sobre sus borceguíes de paloma torcaz, era un niño como nosotros, (…) la encarnación más lisonjera y feliz que habían contemplado mis ojos, un ser único y cautivador”.


LA CIUDAD EN EL RECUERDO

Los recuerdos de su infancia son los que le permitieron, años más tarde, escribir los dos relatos citados anteriormente. Unas escenas grabadas en su mente que, para el historiador Adrián Espí, eran “extrañas”, alejadas de la realidad de las fiestas de Moros y Cristianos, “Gil-Albert se aisló, venía muy poco por Alcoy”. El mismo poeta aseguraba que prefería recordar las sensaciones, los sonidos, los movimientos, de la Fiesta. De ahí la simbología que puebla los dos artículos relacionados con la festividad alcoyana. “Él no escuchaba la música, él veía ballets; Gil-Albert no observaba el paso de las escuadras, las relacionaba con los bailes rituales; así es como concebía esta tradición”, resalta Espí, uno de los afortunados estudiantes que pudo compartir con el poeta las tardes de tertulia que éste organizaba en su vivienda valenciana.

“No es fácil la autodefinición. Toda mi obra es una especie de autobiografía. Para hablar de los demás, de todo aquello que me rodea, parto de mí mismo. Es el único camino que conozco” [5], confesaba Juan Gil-Albert en una entrevista ofrecida en 1979 al periódico ‘Ciudad’ con motivo de la entrega de la Peladilla de Oro. El pasado y la experiencia del poeta marcada por el exilio se unieron en libros como ‘Concierto en Mi menor’ para relatar su peculiar Alcoy: “un pueblo moreno, amontonado, colgado en los barrancos y sobre el paisaje gozoso de sol”[6]. Lo mismo ocurrió con las escasas referencias a los Moros y Cristianos. Todo pasaba por el cedazo de su imaginación y de sus preferencias para mostrar lo que el poeta creía imprescindible para la ciudad: la cohesión y los vínculos de referencia entre sus ciudadanos y las tradiciones. Gil-Albert despreciaba la “monotonía” de las grandes urbes, por ello prefería tratar a Alcoy y la Fiesta como un grupo lleno de colorido y de matices.

Esta necesidad de un gran mito para aunar a la población alcoyana, de encontrar un representante, una historia, una leyenda de la ciudad se encontraba muy cerca. Para Juan Gil-Albert, este sentido estaba dentro de la figura del Sant Jordiet, una imagen que quedó impresa en la memoria del niño disfrazado de marrakesch. Ocho años de convivencia con la Fiesta (el mayor símbolo alcoyano) fueron suficientes para que el poeta la reinterpretara en sus textos, aunque utilizara sólo su estética y el propio recuerdo borroso e idealizado. Su limitada experiencia con los Moros y Cristianos debía quedar incorrupta, las señas de identidad que han construido esta ciudad debían mantenerse en la mente del escritor. Todo ello para poder seguir adelante. “Yo viajé lejos (…). Pero en cualquiera de esos escondrijos, a pleno aire, se me exigía saber quién era y de dónde vine, y era, entonces, cuando yo mismo, al sentirlo sonar, me estremecía: era de Alcoy (…). Mi vida se rehace hacia el pasado (…). Y la nostalgia es incurable”.

BIBLIOGRAFÍA

[1] MIRÓ, Adrián. Gil-Albert, desde Alcoy. Instituto de Cultura ‘Juan Gil-Albert’ y Ayuntamiento de Alcoy, 1994. Páginas 17, 29, 81, 84, 85 y 123.

[2] GIL-ALBERT, Juan. Fiestas en mi pueblo. Las vísperas. ‘El Noticiero Regional’. 22 de abril de 1928.
[3] GIL-ALBERT, Juan. Dos textos de Juan Gil-Albert. ‘Revista de las Fiestas de Moros y Cristianos de
Alcoy’. Año 1983.
[4] GIL-ALBERT, Juan. El ocio y sus mitos: Sant Jordiet. ‘Revista de Fiestas de Moros y Cristianos de
Alcoy’. Año 1972, página 81.

[5] ‘Juan Gil-Albert, Peladilla de Oro’. Publicado en ‘Ciudad de Alcoy’. 4 de enero de 1979.
[6] GIL-ALBERT, Juan. Concierto en Mi menor. Editorial ‘La caña gris’. 1964.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si los festeros ya están gordos con este artículo habrán reventado su ego de tanto hincharlo, jejeje. Buen trabajo.