24 febrero 2006

Guglieri, expresionista y minucioso


Que la pintura (así como la escultura, la música, la literatura y la misma imaginación) necesita tiempo, espacio y voluntad no es nuevo para nadie. Esta observación es, sin embargo, uno de los puntos clave para acercarse a las pinturas de Guglieri: líneas curvas, interconectadas y laberínticas que dificultan al ojo humano la sencilla tarea de mirar.

La muerte (simbolizada por las calaveras) regresa en forma de una pintura con apariencia sencilla, pero que esconde más de lo que se piensa. Recuerda en algunos momentos a la voluntad crítica e impulsiva de la egipcia Ghada Amer (especialista en realizar bordados con un transforndo de liberación sexual de la mujer dentro del más extremista mundo islámico). Guglieri no trata el sexo en la etapa que ahora se nos presenta a través de un nuevo blog, sino el horror de la muerte y la agresividad en todas sus vertientes. Del color a los claroscuros, de las muecas de las caras deformadas a la nitidez de sus calaveras. Todo ello encaminado a crear la confusión, la desesperación y el agotamiento de aquél que se acerca a sus obras.

Un cansancio, sin duda, recomendable.
Un ejercicio de análisis y de ejecución neuronal muy interesante.

15 febrero 2006

Otro gallo cantará...

Como cualquier típica fábula de inocentes animalitos, debería empezar diciendo que “el canto de los gallos se alzó durante aquel magnífico amanecer”. Etcétera. Bueno, en parte sí se alzó el sonido del gallo, aunque más bien debería decir el de una gallina trasnochada.Adela había despertado de su siesta cuando su dueño ya la tenia entre una de sus manos, dejando la otra dispuesta para coger fuerte el cuchillo de cocina. La tenía amarrada por un cuello que se había alargado de forma inusual, mientras Adela aleteaba y lanzaba pequeños gruñidos ahogados.
La falta de oxígeno empezaba a mermar sus fuerzas, conocía su destino y se estaba planteando ya la idea de ceder y comenzar otra de sus oraciones extrañas y sectarias que aprendió de su abuela, muerta hacía años durante una ola de calor. No le dio tiempo a rezar. En menos de un segundo acabó sobre la tabla de madera y un corte brusco le segó el cuello. Pero ella aún quería ser libre. Salió corriendo por el pasillo, decapitada, y se lanzó por el balcón abierto de par en par. “Al menos dejad que escoja mi muerte”.
El cuerpo inerte fue a caer sobre la terraza del primer piso. Allá al fondo se escuchaba el sonido de unos bongos y de una guitarra desgarrada y mal tocada. Una pequeña nubecilla se asomaba por la puerta metálica que daba acceso al piso. Una niebla blanca, espesa y con olor a hierba que llegó hasta lo que antes había sido Adela. Una voz maleducada cantaba a Sabina. Imitador barato.
_ ¡Ey, tío! ¡Mira eso! –Un tipo con melena rasta se había asomado por la puertecilla buscando alguna cosa – Jajajaja, ¡gallinas muertas!
_ Tío, calla, que estás fumao.
Claro, él no veía una gallina muerta: veía dos gallinas sin cabeza. “¡Ey, joder! La mejor alucinación que he tenido nunca”. Y volvió a entrar al piso cerrando bien la puerta para que la nube condensada se quedara en el interior. “Que no se escape na, que no se escape na, to pa dentro, to pa dentro de mis neuronas”, canturreaba.Y siguió tocando los bongos mientras su compañero de juergas se esforzaba para que sus aullidos tuvieran algún tipo de sentido.
El sonido de estos vecinos alternativos - sí, los del pasillo de color amarillo canario con las huellas de sus manos impresas en negro sobre las paredes - llegaba hasta la habitación del bebé del último piso. Un noveno, casi nada.El padre, intentando parecer generoso, había regalado al bebé de 14 meses un peluche que reproducía sonidos cuando su sensor detectaba ruido a su alrededor. Creía que con este pequeño detalle le acercaría al ideal de “padre-que-adora-a-hijo” o a “padre-tan-sumamente-generoso-que-aceptará-por-el-resto-de-sus-días-que-ése-no-es-hijo-suyo”. Le hizo una carantoña cuando ya estaba en la cuna y dejó el monstruo de peluche sobre el alféizar. Mala idea conociendo al vecindario. O buena. Ni él mismo sabía si lo que quería era martirizar al bebé con la falta de sueño.
_“¡Ey, tío! ¡Ni Sabina! ¡Canta, canta más!”.
_ “Y nos dieron las dieeeeeeeeeeez y las oooonceeeeeeeeeeeeeee…”.
El sonido asfixiado ascendió igual de lento que la nube espesa hasta llegar a la ventana del niño. Y, como era de esperar, el animalito de peluche también se puso a cantar para acompañar aquel desafinado coro.
“Kikirikiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, kikirikiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii”.
Y, como también era de esperar, el niño comenzó a llorar al mismo tiempo que, en la otra punta del piso, una leve sonrisa se dibujaba en la cara del padre.
Y el gallo siguió cantando para mi desesperación durante toda la noche. Y los del primero siguieron fumando.
Y el padre riendo su graciosa venganza.
Y Adela, marginada, siguió en el suelo de la terraza.

11 febrero 2006

Éxtasis literario

Por norma general, si una persona no ha leído un libro, no debe realizar una crítica de éste. Hasta ahí todo claro. No pretendo hacer un repaso meticuloso de las páginas de mi querido-adorado-amado San Ricardo Piglia (por él cometería adulterio dentro de mi casto matrimonio con José Saramago). Ni mucho menos.
Esta entrada en mi blog (abandonado desde hace bastante tiempo) es para recordar a los aficionados a las novelas con temática metaliteraria que en 'El último lector', del argentino Ricardo Piglia, tienen un auténtico filón de oro. Yo, al menos, lo he encontrado. Ese prólogo que tiene como base el capítulo 'Las ciudades y el deseo.4' de la novela 'Las ciudades invisibles' de Italo Calvino me ha fascinado.
Y, como muestra, un botón:
"El hombre ha imaginado la ciudad perdida en la memoria y la ha repetido tal y como la recuerda. Lo real no es el objeto de la representación, sino el espacio donde un mundo fantástico tiene lugar".
"La realidad trabaja a escala real".
"Lo que podemos imaginar siempre existe, en otra escala, en otro tiempo, nítido y lejano, igual que en un sueño".
Pues, lo dicho, voy a seguir soñando un rato con esos lectores que ya no están tan perdidos...

04 febrero 2006

Laberinto humano



La desgracia, la locura, pueden llegar de repente a cada una de nuestras vidas de la forma más absurda posible. Las casualidades que se suceden de forma continuada en las urbes actuales son las que tejen el entramado de la sociedad. Una base ideológica que despliega en ‘Ciudad de cristal’ toda una serie de subtemas variados que aportan al lector el contexto cultural y sociológico necesario para que comprenda cada uno de los matices que componen esta novela.

El juego constante del protagonista (un antiguo poeta marcado por la desgracia familiar que ahora se dedica a escribir seriales de novela policíaca barata) a cambiar de nombre y, por extensión, de personalidad; la evolución de la ciudad, ese espacio inerte formado por calles y edificios aparentemente estáticos; el regreso a una locura sociológica que se creía ya olvidada y que aquí se lleva a la práctica de una forma descabellada; el misterio y la novela de intriga. Todo ello constituye uno de los mejores libros de la literatura norteamericana actual, inscrito en la reconocida ‘Trilogía de Nueva York’ de Paul Auster, un completo trabajo de crítica y análisis camuflado en forma de novela.

Quien creyó que un escritor o una rata de biblioteca no podría jamás convertirse en un nuevo Maigret, estaba equivocado. Es más, este es sólo uno de los pequeños encantos que componen la fluida escritura de la que hace gala Auster en el libro (y, por extensión, en todas sus novelas). Cerca de doscientas páginas llenas de guiños literarios y de teorías útiles para comprobar que la vida neoyorquina bien podría ser la de nuestra ciudad.
CIUDAD DE CRISTAL
'Trilogía de Nueva York'
Paul Auster
Ed. Anagrama
Col. Compactos
163 páginas