26 febrero 2007

Desatando mi vena francesa

Aunque después niegue que parezco una francesita con mis boinas y mis botas de agua... De colorines... Aquí tenéis mi selección musical de la semana (aunque algunas de las canciones no estén cantadas en francés...). ¿Alguien me lleva a la Torre Eiffel? ¿O a los Campos Elíseos para repetir 'Al final de la escapada'?
1. Sur le balcon. Françoiz Breut.
2. La vie en rose. Edith Piaf.
3. Milord. Edith Piaf.
4. Padam Padam. Edith Piaf.
5. Ultimo. Françoiz Breut.
6. Le Salon. Autor de lucie.
7. Le temps de l'amour. Françoise Hardy.
8. Je t'aime... moi non plus. Jane Birkin.
9. La femme sans histoire. Françoiz Breut.

23 febrero 2007

Tráfico de imágenes (II)

'Primavera, verano, otoño, invierno... Y primavera'
Kim Ki-Duk


Edicto Lunar

Ni asteroides que puedan destruir la Tierra dentro de 36 años, ni conjunciones planetarias mayas, ni partidas interminables en el OGame...
No. Ninguna de estas razones son válidas para explicar el "retiro espiritual" de la propietaria de este humilde blog. Para todas aquellas personas que ya comiencen a echarme de menos en otras esferas ingrávidas les informo de que:
a) Estoy viva (mala hierba nunca muere).
b) No salí volando en pleno huracán londinense (a pesar de que taché de "exagerada" a una pobre nena amarrada a una farola para no convertirse en Mary Poppins).
c) El trabajo mata. Nada por lo que te paguen debe de ser bueno...
d) Mi obsesión enfermiza por los libros me mantiene ocupada en exceso (léase "¿Por qué demonios me he metido yo ahora en un master en edición?).
e) Como "no tengo trabajo", ahora estoy aprendiendo chino (el problema de esas clases es que no puedes afirmar que "te suena a chino", se siente).

Cléa, su vecina

“Sus majestades los Reyes me encargan que les agradezca, en su nombre,…”

Me parece perfecto que doña Luisa me deje encargada del correo si viene el cartero y ella está en misa, pero todo tiene un límite.

– ¿Sí?
– Soy el cartero. Tengo un telegrama para doña Luisa.
– Ah, sí, sube.


“…la amable felicitación que han recibido con ocasión de la Navidad y el Año Nuevo…”


– ¿Puedes firmar aquí?
– Sí, claro. ¿De dónde es? Por si me lo pregunta, ya sabes que anda mal de la vista…
– Del Palacio de la Zarzuela.


(¿Qué?)

– Creo que te has equivocado. Hoy no es día de inocentadas…
– Que no, que no. Mira.


Y tenía razón. Ahora el telegrama descansará seguro sobre la repisa donde muestra las fotografías de la infanta Leonor, de los Príncipes de Asturias, de los Reyes y de los duques de Lugo y de Palma de Mallorca. Así, mientras limpie el polvo de mueble podrá besar también este trozo de papel, como hace con sus imágenes de santos. La Virgen de los Desamparados primero, después la de Santa Rita, luego San Pancracio y, por último, la figurita del niño Jesús acostado en el pesebre que durante el invierno tapa con una nana de color azul “para que no pase frío”.

“…Aprovecho esta oportunidad para enviarles mis mejores deseos para este nuevo año 2007…”


– Doña Luisa, tenga, un telegrama de la Zarzuela felicitándole las navidades.
– Ay, niña, me has hecho un gran favor. ¿Quieres pasar y te hago un café?
– No, gracias, que me voy a trabajar ya. Por cierto, ¿no se va este año a casa de su hermana para pasar el día de Navidad?
– Uy, no, no, que después de comer se pone con sus rosarios hasta las once de la noche y entonces quiere que juguemos al chinchón. ¡Si a esas horas ya estoy en la cama!


“Alberto Aza Arias, Jefe de la Casa de su Majestad el Rey”

11 febrero 2007

Cléa, su comida


Pues yo no quiero esa ensalada. Deberíamos pedir la sinfonía de croquetas y los cacahuetes porque casi no tengo hambre y si pedimos una pizza cada uno van a tardar horas en traerlas y son ya las doce de la noche y me quiero ir a casa porque me he pasado todo el día operando perros y estoy muy cansada. Jaime, no me mires así y pídete esos canelones congelados que sirven aquí porque si te pides la pasta con guindillas de la otra vez te va a sentar mal. Mira que después te vienes a mi casa y no me apetece aguantar tus dolores de tripita. Estoy tan cansada que no tengo ganas de nada. Y no sé por qué te has emperrado en venir esta noche porque sabes que de sexo, nada, cariño, que esta es la primera semana que me pongo el anillo vaginal y creo que esto no funciona porque no puedo meterme el dedo tan arriba como me pide el ginecólogo. Tengo una cosa bailando por ahí dentro, así que no me fío. Y dame la carta de una vez y deja de jugar con la sal que me estás poniendo nerviosa y eso trae mala suerte, ¿sabes?, que parece que tengas cinco años en lugar de treinta. Qué barbaridad. Y tú, Cléa, ¿qué vas a pedir? ¿Lo has pensado ya? Que vendrá el camarero y aún estarás toda embobada mirando la carta, como siempre.

-sonrisa agria-
Pizza tejana.

¿Eso? Pero si engorda, es todo grasa, y ¿no eras vegetariana? Hay unos canelones de espinacas con requesón que están muy buenos, no como los que siempre se pide Jaime, que están fríos y rancios. Yo no sé por qué seguimos viniendo a este restaurante. Ya no hacen la comida como antes y siempre está lleno de gente gritona. Y cargado de humo. Creo que deberíamos ir a ese que me dijo Antonio el otro día, que está en la esquina de enfrente de la farmacia del Centro….

(Yo tampoco sé por qué coño sigo quedando con ellos el último sábado de cada mes. Pero aquí estoy. Me gusta el sado.)

03 febrero 2007

Tráfico de imágenes (I)

Y la película de la semana es...
'Al final de la escapada', de Jean Luc Godard.
('A bout de Souffle', 'Breathless')


Alone in London (I)





Sus maravillosas memorias

La fascinación por las biografías es algo que siempre me ha resultado ajeno. Unas historias pasadas por el tamiz de la imaginación de quien lo escribe, donde se borran capítulos oscuros, ridículos y humillantes del “gran personaje” del que se habla. Todo ello dirigido a exaltar su imagen, a convertirlo en un ser adorable y perfecto. Este método se eleva al cubo cuando ya se trata de una autobiografía. En la actualidad, todos son capaces de escribir autobiografías (como lo demostró hace unos años el éxito de ventas de un libro con sus páginas en blanco para que cada uno relatara su historia, a pesar de que siempre se quedaba la mitad o apenas empezado, escribir cansa, obliga a pensar). Nos acribillan a biografías que van desde estrellas porno hasta peluqueras con posado en Interviú, así que comprenderán mi excesivo escepticismo frente a este género más manipulado que las páginas de un periódico.

Sin embargo, desde que José Saramago anunció su intención de publicar un relato con sus recuerdos de niñez, con sus duros inicios (como casi los de cualquier persona de la época), los días parecían volverse ya interminables. ‘Las pequeñas memorias’ no es una autobiografía al uso y eso se observa desde las primeras páginas. Saramago no quiere contarlo todo porque desea convertirse en un personaje más de sus novelas. Contar su vida desplazada, dando forma a la imagen de uno de sus protagonistas humanos, sencillos y eternamente preocupados. Saramago no varía su estilo para hablar de él mismo, de lo que recuerda. Es capaz de dejar pasar toda una página hablando de sus problemas del lenguaje en los años de escuela, esos errores mínimos de pronunciación que a él le llevan a pensar que era (o es) disléxico. Se recrea. Y, aunque parece que no relate nada significativo, lo está haciendo. Está describiendo un personaje humano con más defectos que virtudes, con un pasado lleno de pasiones físicas que era imposible descubrir a través de cualquiera de sus novelas (el amor en sus libros es siempre irreal). Y todo ello sin abandonar su ironía fina y camuflada.

‘Las pequeñas memorias’ es un ejemplo de cómo cualquier escritor debería asimilar su pasado para contarlo a su público (siempre dispuesto a la carnaza). Obviando lo evidente, saboreando sus palabras, como si realmente recordara sus anécdotas mientras las relata, aunque detrás exista un trabajo de planificación minucioso. Entre esas curiosidades está el relato del funcionario borracho que incluyó el apodo de la familia (‘Saramago’) en la partida de nacimiento de este pobre niño que décadas más tarde llegaría a ganar su merecido premio Nobel de Literatura. “Suerte. Gran suerte la mía, fue que no naciera en alguna de las familias de Azinhaga que, en aquel tiempo y durante muchos años más, tuvieron que arrostrar los obscenios alias de Pichatada, Culoroto y Caralhada”, dice. Así no se vio obligado a buscar un seudónimo para escribir ya de adulto (eso mismo comenta) y presume de ser uno de los pocos hijos que le ha dado el nombre a su padre, ya que éste, humillado, debió añadir a su ‘de Sousa’ inicial el mote de ‘Saramago’ para evitar sospechas sobre la paternidad de la criatura.

Esta es sólo una de las llamativas anécdotas que relata, unas historias normales y cercanas dentro de sus límites. No escatima detalles, pero tampoco lo narra todo, no desea crear una historia lacrimógena y, además, es imposible recordar por completo la infancia cuando se tienen más de ochenta años. Cualquier otra promesa es una farsa. Lo que importa es que ‘Las pequeñas memorias’ ha abierto una nueva puerta a los lectores de José Saramago. El descubrimiento de una intimidad que apenas se observa en las páginas de sus novelas. Saramago ha bajado de su pedestal para demostrar que no es una máquina de crear libros, de que es y ha sido humano, como sus lectores. Y, también, ‘Las pequeñas memorias’ es casi un testamento, el reconocimiento tranquilo del inicio del fin de una vida, un trabajo de análisis y de perdón para no desaparecer sin dejar antes cada cosa en el lugar que le pertenece.
'Las pequeñas memorias'
José Saramago
Ed. Alfaguara
179 páginas
2007